Navidad es considerada por el medio económico y publicitario como la mejor fecha para promocionar, vender, reactivar y empoderar un producto, servicio o marca.
Su mano maestra, herramienta o imagen esclava principal favorita a nivel mundial, es nada más ni nada menos que el artífice pachón tierno y carismático conocido como Papa Noel o Santa Claus. Un tierno regordete viejecito que pasea alrededor del mundo montado en su trineo sonoro conducido por musculosos y veloces renos quienes al son de villancicos se trasladan de varios puntos del globo terráqueo a velocidades más allá de las hipersónicas, con el afán de llevar “felicidad” (fugaz y efímera) a cada hogar del mundo exclusivo y pre determinado gracias al flujo económico que prevalece en su entorno social y cultural.
Así es como de aquella leyenda cristiana cual imagen describe al obispo Nicolás Bari como bienhechor de los más necesitados, no queda más que la resaca de una imagen deformada y sistematizada cual programación mercantil ha sido condicionada para producir, promocionar y vender en exceso lo que en muchos casos no se requiere y tan solo atiende a caprichos estacionales, pretextos banales y temporales que a los pocos días o meses terminan en la lista negra de productos o accesorios que no se utilizarán más.
Las fiestas decembrinas en un mundo globalizado donde el flujo monetario depende del movimiento, demanda y venta de productos según las necesidades sociales, es tan sólo un pretexto mercantil – psicológico en la que hasta el más ateo de los no creyentes religiosos cae redondito, roza y sucumbe ante sus encantos al menos para siquiera comprar, degustar, disfrutar o beber lo que el ambiente invernal se sugiere dentro de las celebraciones desvirtuadas y convertidas en meras convivencias dónde cualquier espíritu habita menos el de la plena concientización espiritual congruente con lo que de origen la tradición religiosa navideña significaba antiguamente.
Diciembre es la etapa culmen para cualquier empresa o negocio que cierra año con metas específicas de ventas, producción y crecimiento interno económico; más la realidad de todo es que la mano de obra, personal y empleados simplemente reciben lo necesario correspondiente según la ley, pues las ganancias mayoritarias siempre van a parar al bolsillo de los grandes inversores que año tras año se enriquecen y crecen gracias a la explotación de recursos y trabajo de sus empleados. Una realidad a la que el buen San Nicolás sirve fiel y sin su consentimiento pues hasta él es víctima de explotación de imagen al utilizar su nombre que ya es “tradición” para evocar sentimientos navideños que se descomponen a simples manías compulsivas de adquisición y consumo irracional.
Como seres humanos necesitamos de un sistema económico sustentable y válido acorde a nuestro ritmo de vida que satisfaga las necesidades de todos no sólo de unos cuantos, es por ello importante no sólo cambiar nuestras viejas costumbres de mercadeo sino crear consciencia del impacto ambiental que nuestros excesos provocan, además de retornar al “respeto” por las tradiciones que nos apeguen a la calidez humana, aquella esencia que hoy en día dentro del mundo de los negocios no anida y que tanta falta hace pues cuando el ser humano retorne a su origen natural y compasivo quizá sea capaz de ver el grave daño colateral que nuestra sociedad mal fundamentada va causando día a día a las generaciones venideras.
Lileth Gazelle
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